El arte moderno, en general, me causa un serio rechazo. Más que nada, o principalmente, porque la mayoría ni es arte, ni es moderno, ni nada de nada. Y hablo completa y absolutamente en serio.
El arte ha evolucionado, eso es obvio. Pero también han evolucionado sus manifestaciones. Hace años, aunque no tantos, el arte sólo podía ser pintura, escultura, arquitectura, música, y otros análogos o parecidos.
Hoy es distinto, todo es distinto. El público está más entrenado, o eso cree él. Lo que antaño emocionaba, transmitía, comunicaba, en muchas ocasiones hoy no dice nada, o simplemente aburre.
De este modo, aparecen nuevas maneras de expresarse, otros modos de llegar al corazón del otro. Surgen movimientos, reacciones, algunas buscan sólo provocar, otras van más allá. Otras, en puridad, nunca logran su objetivo por ser demasiado complejas para la generalmente estulta mente de nuestros semejantes acostumbrados a sota/caballo/rey.
Para mí, el séptimo arte, o más bien el SÉPTIMO ARTE, sí con mayúsculas -porque lo merece, coño-, y sus manifestaciones acordes -publicidad, TV, videos musicales, montajes fotográficos, internet...- es uno de los más importantes, y su amplísimo espectro es tan grande, tan desmesurado, tan inabarcable, que con frecuencia es difícil separar el grano de la paja. Sólo un puñado de privilegiados autores tienen a su alcance no sólo el talento, sino los medios, y además tienen que coincidir en el espacio y en el tiempo para llegar a su target.
Después de esta chorrada que algunos les sonará a aburrido coloquio de la segunda cadena de TVE, aquí dejo un muy breve fragmento de una obra maestra del cine bélico -a menudo poco violento para mi gusto, aunque últimamente se está recreando más la realidad de la crueldad y violencia de la guerra-:
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